Recién había cumplido 17 años y con
la experiencia que ya la vida me había dado en relacionarme con los negocios a
través de comercio que mi padre ejercía tiempo atrás, un amigo llegó y me
ofreció conseguir un trabajo como vendedor de literatura. Él me dijo que se
ganaba muy bien y que lo mejor de todo era que el tiempo lo manejaba yo y no mi
empleador.
Fui asignado junto una señora
quien me guiaría en el proceso de entrenamiento. Pensé que esto estaba de más
pues consideraba que no lo necesitaba. Ella se mostró confiada de mi “experiencia”
y rápidamente me delegó algunos prospectos de sus contactos para presentarles
el producto y realizarles algunas ventas.
Pasó casi todo el mes. Para
entonces ella se quejaba de sus pocas comisiones que ganaría. Yo no tenía
ninguna responsabilidad económica de sostener una familia, pero me sentía muy
avergonzado en ver que ella se quejaba, mientras yo cobraría comisiones un poco
menos del 5% del valor que las de ella.
Al mes siguiente, decidí dejar de
visitar prospectos con ella, y me aventuré a hacerlo con mi amigo. Le conté la
mala experiencia que pasé. Él me ayudaba en lo que podía. Me daba ánimos y
consejos de cómo debía interactuar con las personas. Traté de hacerlo tal cual
él me lo explicaba. Pero lo único que conseguía era llenar una libreta de contactos,
pero no conseguía convertirlos a clientes.
Me sentía realmente decepcionado.
No conseguía sentirme bien en el trabajo que hacía. Aún y cuando visitaba
oficinas por toda la ciudad con mi amigo, no me sentía bien. Mi decepción
crecía al ver la facilidad con la que él realizaba las ventas todos los días.
Él lograba concretar hasta seis ventas diariamente, y cuando cerraba entre dos
y tres ventas, se quejaba.
Para fines del segundo mes,
recién habíamos salido del edificio donde se encontraban las oficinas, cuando
de repente voltee a ver al suelo, y quedé como en shock...de pronto reaccioné y
me agaché prontamente a recoger unos billetes que se encontraban tirados. Él me
quedó viendo y comenzó a reír a carcajadas. De igual a mí me causó gracia, y
comencé a reír también. Recuerdo que eran 109 lempiras. Eso era el equivalente
en aquel entonces a unos US$.10.00. Ese dinero fue para mí como la paga a mi
trabajo, pues lo que en dos meses había ganado no llegaba ni a la mitad de ese
valor. Recuerdo que compré unos zapatos, y le dije que ya no seguiría en ese
trabajo porque no me sentía bien.
En verdad yo era un chico, pero
sabía perfectamente lo que estaba sucediendo:
- 1. Desconocía mucho acerca de las características de los productos.
- 2. Los productos que pretendía vender eran muchos. Debía ir conociendo uno a uno y no asumir conocerlos todos a la vez.
- 3. Los posibles clientes tomaban el control de la entrevista completamente dando lugar a muchas preguntas que no podía responder.
- 4. Habían personas que mostraban un total desinterés por el producto. Aun así, yo les presentaba el producto, pero al final ese desinterés prevalecía, y ganaba.
- 5. Cuando estaba a punto de cerrar una venta mostraba nerviosismo respecto al trámite que debía seguir con el cliente y pedía ayuda a mi amigo, quien en algún momento cerraría una o dos ventas que logré hacer durante todo el tiempo.
- 6. Y he dejado de último quizá el motivo más importante y muy parecido al numeral 4, pero en el otro extremo, pues personas que estaban con todo el interés de comprar no recibían mi visita porque mi percepción era que “no comprarían”, cuando en realidad mi amigo lograba concretar la venta con ellos de una forma increíblemente rápido ¿Por qué? Porque ya existía el interés de adquirir el producto.
La inseguridad de ofrecer un producto
y el miedo a no vender es algo que nos sucede a muchos. Hoy alguien que siempre
se acerca a mí para intentar venderme frutas, no se acercó basado quizá en que frecuentemente
le digo que no compraré…pero da la casualidad, que hoy quería comprar, y cuando
me di cuenta, ya se había ido. Otra persona se acercó a ofrecer un producto a
otras dos. A las dos les gustó, pero ninguna compró. Al irse, le quedé viendo a
los ojos, y por no mostrarme como un entrometido, no le dije que me lo mostrará.
Sé que no hice bien, pero esa fue mi reacción en ese momento. Él no percibió mi
interés e igualmente se fue. Da la casualidad que yo estaba pensando todo el
día en comprar ese producto. Ni yo compré, ni el vendió… ¿por qué? Por su inseguridad…o
por miedo.
Yo me ahorré un gasto, pero que
de la persona que pretendía vender. Simplemente, no vendió, no ganó, porque no
aprovecho ese momento crucial del cierre de una venta segura a la cual no tenía
ni siquiera que hacer la apertura.
Debemos de recordar que la
persistencia es un buen aliado, así que si algo vendes, y alguien te dice que
NO, sigue intentando, no desistas; en algún momento la venta que buscas está
ahí.
Saludos amigos(as).
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