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jueves, 21 de abril de 2016

El miedo a no vender y la inseguridad de ofrecer


Recién había cumplido 17 años y con la experiencia que ya la vida me había dado en relacionarme con los negocios a través de comercio que mi padre ejercía tiempo atrás, un amigo llegó y me ofreció conseguir un trabajo como vendedor de literatura. Él me dijo que se ganaba muy bien y que lo mejor de todo era que el tiempo lo manejaba yo y no mi empleador.

Fui asignado junto una señora quien me guiaría en el proceso de entrenamiento. Pensé que esto estaba de más pues consideraba que no lo necesitaba. Ella se mostró confiada de mi “experiencia” y rápidamente me delegó algunos prospectos de sus contactos para presentarles el producto y realizarles algunas ventas.

Pasó casi todo el mes. Para entonces ella se quejaba de sus pocas comisiones que ganaría. Yo no tenía ninguna responsabilidad económica de sostener una familia, pero me sentía muy avergonzado en ver que ella se quejaba, mientras yo cobraría comisiones un poco menos del 5% del valor que las de ella. 

Al mes siguiente, decidí dejar de visitar prospectos con ella, y me aventuré a hacerlo con mi amigo. Le conté la mala experiencia que pasé. Él me ayudaba en lo que podía. Me daba ánimos y consejos de cómo debía interactuar con las personas. Traté de hacerlo tal cual él me lo explicaba. Pero lo único que conseguía era llenar una libreta de contactos, pero no conseguía convertirlos a clientes.

Me sentía realmente decepcionado. No conseguía sentirme bien en el trabajo que hacía. Aún y cuando visitaba oficinas por toda la ciudad con mi amigo, no me sentía bien. Mi decepción crecía al ver la facilidad con la que él realizaba las ventas todos los días. Él lograba concretar hasta seis ventas diariamente, y cuando cerraba entre dos y tres ventas, se quejaba.

Para fines del segundo mes, recién habíamos salido del edificio donde se encontraban las oficinas, cuando de repente voltee a ver al suelo, y quedé como en shock...de pronto reaccioné y me agaché prontamente a recoger unos billetes que se encontraban tirados. Él me quedó viendo y comenzó a reír a carcajadas. De igual a mí me causó gracia, y comencé a reír también. Recuerdo que eran 109 lempiras. Eso era el equivalente en aquel entonces a unos US$.10.00. Ese dinero fue para mí como la paga a mi trabajo, pues lo que en dos meses había ganado no llegaba ni a la mitad de ese valor. Recuerdo que compré unos zapatos, y le dije que ya no seguiría en ese trabajo porque no me sentía bien.

En verdad yo era un chico, pero sabía perfectamente lo que estaba sucediendo:

  • 1.       Desconocía mucho acerca de las características de los productos.
  • 2.       Los productos que pretendía vender eran muchos. Debía ir conociendo uno a uno y no asumir conocerlos todos a la vez.
  • 3.       Los posibles clientes tomaban el control de la entrevista completamente dando lugar a muchas preguntas que no podía responder.
  • 4.       Habían personas que mostraban un total desinterés por el producto. Aun así, yo les presentaba el producto, pero al final ese desinterés prevalecía, y ganaba.
  • 5.       Cuando estaba a punto de cerrar una venta mostraba nerviosismo respecto al trámite que debía seguir con el cliente y pedía ayuda a mi amigo, quien en algún momento cerraría una o dos ventas que logré hacer durante todo el tiempo.

  • 6.       Y he dejado de último quizá el motivo más importante y muy parecido al numeral 4, pero en el otro extremo, pues personas que estaban con todo el interés de comprar no recibían mi visita porque mi percepción era que “no comprarían”, cuando en realidad mi amigo lograba concretar la venta con ellos de una forma increíblemente rápido ¿Por qué? Porque ya existía el interés de adquirir el producto. 



La inseguridad de ofrecer un producto y el miedo a no vender es algo que nos sucede a muchos. Hoy alguien que siempre se acerca a mí para intentar venderme frutas, no se acercó basado quizá en que frecuentemente le digo que no compraré…pero da la casualidad, que hoy quería comprar, y cuando me di cuenta, ya se había ido. Otra persona se acercó a ofrecer un producto a otras dos. A las dos les gustó, pero ninguna compró. Al irse, le quedé viendo a los ojos, y por no mostrarme como un entrometido, no le dije que me lo mostrará. Sé que no hice bien, pero esa fue mi reacción en ese momento. Él no percibió mi interés e igualmente se fue. Da la casualidad que yo estaba pensando todo el día en comprar ese producto. Ni yo compré, ni el vendió… ¿por qué? Por su inseguridad…o por miedo.

Yo me ahorré un gasto, pero que de la persona que pretendía vender. Simplemente, no vendió, no ganó, porque no aprovecho ese momento crucial del cierre de una venta segura a la cual no tenía ni siquiera que hacer la apertura.

Debemos de recordar que la persistencia es un buen aliado, así que si algo vendes, y alguien te dice que NO, sigue intentando, no desistas; en algún momento la venta que buscas está ahí.

Saludos amigos(as).
 

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