Hoy los niños parece que nacieran con las teclas en los dedos.
Primero aprenden a teclear, y luego a leer y escribir. Parece que fuese al
revés, pero esa es la realidad. Los tiempos del trompo, carritos, y juguetes
plásticos con los cuales crecimos la mayoría de nosotros, son en su mayoría
parte del pasado. Nuestros niños han nacido en una era tecnológica donde para
ellos todo tiene que ver con la electrónica, teclas, y pantallas de cristal
líquido (por mencionar un tipo de ellas). Es divertido ver a niños que apenas
han aprendido a caminar, deslizando sus dedos sobre la pantalla táctil de un
teléfono móvil o una tablet. Lo hacen con tanta naturalidad que me parece
incluso que tal aparato se somete a él como un perrito a la voluntad de su amo.
Esto ha hecho que las grandes industrias de la electrónica hayan
crecido tan rápidamente en avances tecnológicos inimaginables. Es por tanto lo
que les ha permitido, tener un enorme mercado de ventas, pues son millones de
personas las que a su vez invierten dinero en adquirir diversos aparatos
electrónicos para sus hijos. Modelados
exclusivamente para ellos de acuerdo a sus edades. Tal situación ha ocasionado
que los niños sean más hiperactivos, más exigentes en sus preferencias de
juegos, y con toda seguridad: Más responsables de dominar las tecnologías
laborales que utilizarán en sus futuros trabajos.
Hace 25 años, palpar o tocar con un dedo el borde de este criterio
tecnológico avanzado, era como un sueño en mi país, pero tuve la gracia de Dios
de poder en ese entonces ir conociendo algunas de las tecnologías existentes.
Todo folleto de electrónica o computación que llegaba a mis manos era un gran
regalo. Lo leía una y otra vez. Los años pasaron y esa afición crecía y con ella
la esperanza de un día ser un profesional exitoso en la rama tecnológica. Imaginaba
fundar una empresa familiar, donde todos pudiéramos hacer labores importantes.
Con el tiempo, me casé, y pocos años después de que nació mi
primer hijo, tuve la idea de iniciar el tan anhelado negocio. Era el año 2001 y
los cibercafés estaban iniciándose en aquel entonces. No era el negocio que
deseaba emprender, pero sería un buen comienzo. El plan se frustró cuando me di
cuenta que necesitaba un presupuesto muy alto, el que no estaba a mi alcance.
Por los que decidí emprender otro proyecto. Para entonces ya había recibido la
asesoría de algunas personas respecto a un negocio relacionado a costuras.
Desconocía totalmente este rubro, pero pensé que era algo en lo que quizá mi
esposa quisiera desempeñarse. Decidido a ello, realicé varios contactos en el
país e incluso viaje a U.S.A. para comprar parte de las mercancías que necesitaríamos.
Mi sorpresa fue grande cuando me di cuenta de que todo cuanto había invertido
era poco en relación a la inversión real que debía hacerse.
Con el proyecto ya en marcha no me quedo de otra que seguir
invirtiendo en el negocio, una, y otra, y otra vez. La pequeña tienda parecía
un hipopótamo tragando agua. No paraba de pedir inversión a fin de ver la
estantería llena. Para cuando mostré cierta satisfacción en el negocio por ver
que ya había tomado forma, ya me había gastado una cantidad exorbitante de dinero.
Lo que pude haberme gastado en montar el cibercafé se había ido completo
montando este negocio. Un negocio desconocido para mí y para mi esposa.
Teníamos una empleada, y todos fuimos aprendiendo del negocio. Yo
me sentía verdaderamente incomodo diariamente al ver que las ventas eran tan
bajas y no poder tener una estrategia para incentivar las ventas. Iba de vez en
cuando a dar vueltas a visitar los negocios similares al nuestro, y me quedaba
atónito de ver cómo estos negocios permanecían llenos de clientes y que por
años así permanecían, y al regresar a nuestro negocio era deprimente ver los
pocos clientes que visitaban el negocio.
Al cabo de un mes desesperé, y tomé la decisión de buscar otra
ubicación para el negocio. Nos movimos de lugar, y rentamos un local más
accesible y transitable. Las ventas mejoraron. Pero aún nuestras visitas y
ventas seguían siendo irrisorias. Pasaron solamente tres meses cuando por
descuido de nuestro vecino quien dejó una puerta abierta la cual él
administraba, se nos metieron a robar por la noche; Los delincuentes robaron
mercadería, y la que no pudieron llevar la dañaron. Aquello fue un golpe muy
duro para mí.
Por todo lo que estaba sucediendo en mi entorno al instalar ese
negocio, siempre pensé que el fracaso era inminente. Sabía que ese día iba a
llegar en cualquier momento y que debía esforzarme si no quería verlo llegar rápidamente.
Pero aquello sucedido me había tomado por sorpresa. En cuatro meses, la mitad
de la inversión se había ido, y sólo quedaban despojos.
No sabía qué hacer. Comencé a vender lo que podía. De lo que logré
vender, muy poco recuperé en relación a su valor real. En una ocasión un tío mío,
quien se dedica al comercio, me dijo: “Hijo, lo que tienes ahí es un hueso duro”.
Refiriéndose a lo difícil que sería para mí vender todo aquello. Para ser
sincero, parte de esa mercadería aún la conservo en casa, tal como él lo
declarará. Está como un trofeo para recordarme de tiempo en tiempo que uno debe
trabajar en lo que más le gusta, y para lo que realmente ha sido preparado.
Amigos me decían: “¿Cómo te metiste en ese negocio si tú eres un informático?”.
Aun cuando el presupuesto había sido mi mayor obstáculo, al final me vi obligado
a invertir hasta lo que no tenía. Ese mismo esfuerzo que hice con ese negocio,
pude haberlo hecho con el cibercafé. Pero me ganó el temor a invertir
demasiado, pues se suponía que este negocio lo emprendería con el 25% de
inversión.
Muchos han sido los negocios que he emprendido desde entonces con
la esperanza de saldar los grandes compromisos que ese primer negocio me dejó. En
su mayoría estos negocios no han sido relacionados a la informática, la cual es
mi campo profesional. Algunos han sido exitosos en su momento, y otros no. De
todos ellos he acumulado experiencias (y deudas también). Pero al final de todo
sólo he podido reconocer una verdad inamovible y es que uno debe usar el zapato
que mejor le quede, o sea, su propio zapato. Por eso está bien dicho aquel dicho
“Zapatero
a tu zapato”.
Si algo has de emprender, no vaciles pensando en lo que debes
hacer. Si tienes una profesión o un oficio en lo que realmente eres bueno… ¡Empréndelo!
Pero no te pongas a tratar de descubrir en un negocio en marcha, si eres bueno
en algo que quizá nunca has hecho.
Dios te bendiga.
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