Todos tenemos tristes y bonitos recuerdos de nuestra niñez. Recordamos con nostalgia a nuestros seres queridos y amigos que murieron durante ese tiempo. Los malos ratos que nos hiciera pasar un maestro o un compañero de clases, inclusive un hermano o un buen amigo. Contrariamente, recordamos con alegría aquellos momentos con familiares y amigos cuando reímos por diferentes razones. Que agradable es recordar esos momentos.
De niño me gustaba mucho dibujar. Mis maestros siempre me
felicitaban por hacer en la mayoría de las veces los dibujos a mano alzada.
Incluso los mapas mismos los hacía de esta manera. Me complacía el reto de
dibujar viendo el patrón sin ver el cuaderno de dibujo. En casa había una
pintura en un telar que representaba la “Cena del Señor”. Un día mi padre me
dijo: “Trata de dibujarla”. Y así lo hice. Me gustó tanto hacerlo, que lo hice
rutinariamente. A muchos compañeros y maestros les gustaba este dibujo, así que
aproveche en varias ocasiones la oportunidad, y lo vendí a todos ellos. A
medida fui creciendo me interesé por dibujar rostros, aunque no era mi fuerte.
Escasamente conseguía captar la imagen real de las personas. La observación y
retención de la imagen en tu mente juega un papel muy importante a la hora de
querer hacer esto. Algunas veces lograba el objetivo, otras veces quedaba muy desilusionado.
Pero lo importante era intentarlo. En las celebraciones de días especiales que
se hacían en la iglesia, siempre tomaba la iniciativa para participar en los
dibujos que se pedían. Un día, antes de la celebración del Día de la Madre, el
pastor me pidió que hiciera un dibujo que él sacó de un libro. Me lo mostró.
Era la imagen de una madre chineando a su bebé. Le dije que lo haría, y él me
dijo: “La imagen debe tener dos metros de alto pintada en lápiz grafito sin
color”. Me sorprendí un poco, pero aun así tomé el reto. Comencé hacerlo esa
misma noche y en unos días lo había concluido. Ese dibujo permaneció por muchos
años en las instalaciones de la iglesia, y siempre era utilizado para esas
fechas. Para mí era motivo de suma satisfacción. Con el paso de los años se fue
deteriorando hasta que un día no le vi más.
Con este relato es fácil comprender por qué los pintores de estas artes se sienten tan apegados
a sus pinturas. La satisfacción que queda de aquello que has creado queda
contigo perdurablemente. Esos dibujos que yo hice, ya no existen. Dudo mucho
que alguno de mis compañeros, maestros o familiares a los que tuve la
oportunidad de darle uno de mis dibujos, aún lo conserven. Pero cuando pienso
en esto como uno de mis logros en mi vida, me llena de satisfacción. Es como
cuando comes un delicioso manjar. Quedas degustando su sabor aun después de
pasado el tiempo.
Por las diversas actividades que fui realizando a medida fui
creciendo, ese deseo por dibujar fue siendo reemplazado por la guitarra, el
piano, los compromisos en la iglesia, la escuela, etc. Al punto que pasaron
muchos años para que nuevamente tomara un lápiz y papel para volver intentarlo.
Claro está que ya había perdido mucha práctica, y carente de esta, me era casi
imposible replantearme estos retos. Pero por ahí dicen que lo que se aprende
nunca se olvida. Un día uno de mis hijos había dejado de hacer uno de sus
trabajos del colegio para la clase de Artes, y observé el reloj. Me di cuenta
que sólo disponía de una hora para que él hiciera el trabajo de pintura. Y
dispuse hacerlo en su lugar. Tomé la manta, las temperas, y a volar…cuándo
terminé la pintura, no me sorprendí tanto por cómo había quedado (Aunque te soy
sincero que esa pequeña pintura hoy está colgada en una de las paredes de nuestra
sala). Lo que me sorprendió, fue la rapidez con que pude hacerlo.
Un vecino de mi vecindario es pintor profesional. Estudió en
la Escuela de Artes de mi país. Por años, al igual que yo con el dibujo, él no
volvió a pintar. Debido a las grandes necesidades económicas que atravesamos la
gran mayoría en el país, Tomó la iniciativa de volverse a su arte. Luego de pintar
varios cuadros pequeños, expuso estos en un lugar abierto cerca de su casa, y
muchos ahora compran sus pinturas. Él ahora se siente muy contento, porque dice
que despertó en él, el talento que por años tuvo dormido. Estas pequeñas
pinturas son ahora su satisfacción, y se siente muy alegre de saber que sus
vecinos aprecian su arte (creo que lo que más le estimula son los ingresos que
estos dejan en su bolsillo…jejeje).
Intenta despertar ese pintor dormido que llevas dentro.
Quien quita y tus pinturas sean el medio de ingresos más importante en tu
hogar. Que Dios te guie en todo lo que hagas. Nunca digas: “No puedo”, porque
recuerda: “Todo lo puedo en Cristo
que me fortalece” (Filipenses 4:13).
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