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martes, 20 de enero de 2015

Una Plaga de la Tierra




He dejado de compartir con ustedes sólo por unos días. Tratando de poner en orden mis pensamientos respecto a la ruta que debo seguir en este blog. Hay demasiadas cosas que compartir. Demasiados temas sobre qué hablar. El “Pensar” es una gran riqueza. No por error puse este nombre al blog. Pues nuestros pensamientos son intrínsecamente el libre albedrío que Dios en su sabiduría nos regaló. No somos seres mecanizados. Somos seres pensantes, capaces de tomar decisiones. Eso nos hace seres especiales y muy diferentes a los animales. Tenemos bajo nuestra responsabilidad el orden del planeta. Dios le dio al hombre la tarea de sojuzgar la tierra y ejercer dominio sobre ella. Pero el hombre en su orgullo y vanagloria se olvidó de ese deber y ahora gobierna en muchos casos sin  utilizar esa maravillosa justicia que se desprende del pensamiento, o sea del razonamiento puro que se manifiesta por el conocimiento.

El hombre ha ido más allá de su deber de sojuzgar, el cual le autorizaba a vivir de la tierra, pero en forma desmedida ha dañado todos los recursos del planeta. Todos hemos contribuido de una u otra manera a deteriorar nuestro hábitat. 

Te has puesto a pensar cuánto daño le hacemos al planeta cuando en casa no tenemos control sobre el uso de los recursos, sean estos: Electricidad, papel, combustibles, aerosoles, etc. Todo esto provoca grandes daños irreversibles. Muchas veces hasta para hacer una anotación utilizamos el papel inadecuadamente. Por años hemos venido escuchando y aprendiendo sobre la importancia del reciclaje. Nos han formado desde pequeños con estas teorías. Pero se han quedado en eso: Teorías. Porque en la práctica es otra historia.

Recuerdo hace unos años cuando venía en un autobús camino a casa. Estábamos estacionados frente a una zona de mercados. Y una mujer entró al autobús vendiendo bananos. Un hombre le compró varios, y comenzó a comerlos junto con su hijo que le acompañaba. Yo me sentía muy contento de ver su actitud en conservar las cáscaras. Pensé en su buena educación al guardarlas consigo para luego buscar un basurero y arrojarlas. Pero más demoré en poner ese pensamiento en mi mente, que en cuanto el autobús avanzara unos metros, él se levantó de su asiento, tomó todas las cáscaras de banano, y las arrojó por la ventanilla. Me quedé muy decepcionado y sin pensarlo me tomé el atrevimiento y le dije “que barbaridad lo que usted ha hecho. ¿No pudo esperar a encontrar un basurero?” El me respondió “¿y por qué no las recoge y las lleva usted mismo? La discusión no tenía sentido. Casi de inmediato, enmudecí, y no le dije más nada. Sólo pensé que esa era su educación. Qué más podía esperar de este hombre. Lamentablemente, esa fue la calidad de educación que recibió y que en ese momento estaba también trasladando a su hijo.

De igual manera, así como este hombre ensució la ciudad sin ningún remordimiento, así también la corrupción ha ensuciado nuestras sociedades por siglos. Tanto, que para hablar de corrupción se le ha reservado  una frase y concepto más noble: “Se hacen favores”. La corrupción está disfrazada de esta forma. Los que la practican no cometen un delito, solamente se hacen favores unos a otros. 

Para sojuzgar la tierra y cumplir con ese divino mandato, debemos entonces acercarnos a Dios y buscar su rostro cada día para que sea él por medio de su palabra quien nos enseñe la forma en que debemos conducirnos y no dejemos de enseñar a nuestros hijos su palabra. En la medida que ellos aprenden, podrán también ejercitarse en la buena administración de todo lo que Dios pone en nuestras manos. Criar hijos obedientes, produce mujeres y hombres que no dejarán que la corrupción siga avanzando en sus propósitos nefastos.



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